Hagamos un pequeño ejercicio.
Imagina la casa de tus
sueños.
Dibújala en tu mente, explora
sus rincones, paséate por ella…
Tómate tu tiempo, relájate.
Cuando lo hayas hecho y la
tengas bien clara en tu mente, sigue leyendo el artículo.
¿Ya la has imaginado? ¿Cómo
es?
Probablemente la mayoría de
lectores habrán imaginado casas grandes y lujosas, con espectaculares piscinas
y rodeadas de frondosos jardines.
Otros quizás habrán imaginado
casas más modestas y sencillas, dotadas de todo lo necesario para resultar
cómodas y confortables, quizás rodeadas por un bosquecillo, árboles frutales y
un huerto fértil y aromático.
Cada uno habrá imaginado una
casa diferente, desde chalets hasta mansiones y castillos.
Pero todas tendrán, muy
probablemente, un rasgo en común: serán casas “posibles”.
Es decir, todas serán
construibles en el mundo real y muy posiblemente, podríamos encontrar ejemplos
ya existentes parecidos a las casas que todos hemos proyectado en nuestra
mente.
Pero recordemos la propuesta
inicial: “Imagina la casa de tus sueños”
Imaginar. Soñar.
¿Por qué la mayoría nos hemos
limitado a visualizar casas posibles en el mundo real?
¿Por qué hemos puesto límites
a nuestra imaginación y a nuestros sueños?
Podríamos haber imaginado lo
que quisiéramos. Lugares fabulosos en los que vivir y experimentar sensaciones
extraordinarias.
¿Por qué no imaginar que
vivimos en un inmenso rascacielos para nosotros solos, lleno de salas de
juegos, cines y canchas para hacer deporte con vistas a la ciudad?
¿Y por qué no ir un poco más
lejos y dejar volar la imaginación de verdad?
¿Por qué no imaginar un
inmenso edificio en forma de anillo de varios kilómetros de diámetro con un mar
interior por el que poder navegar?
¿Por qué no una casa orgánica
en la que las columnas son árboles, las paredes, rocas cubiertas de fragante
vegetación y las diferentes estancias, cavidades cálidas que se abren en ellas
y donde la luz procede de flores fosforescentes que cuelgan de las ramas más
altas?
¿Y por qué no una casa en
otra realidad?
Una casa que cambia sola de
distribución y ubicación cada noche mientras duermes, para que cada despertar
sea una sorpresa.
O una en la que las
habitaciones materializan lo que deseas encontrar en ellas antes de abrir la
puerta.
O una hermosa casa-asteroide
con un bosque en su corazón, que rodeada de una burbuja de aire presurizada,
flota alrededor de Júpiter y desde la que podemos ver cada día el espectáculo
colosal de sus tormentas.
O una casa tan grande que
cubra toda la superficie del planeta de forma continua, de manera que puedas
dar la vuelta al mundo pasando de habitación en habitación, siempre bajo techo.
Con centenares de millones de salas inexploradas en las que jamás has entrado y
que ni tan solo sabes que existen, con diferentes niveles y pisos; con todos
los libros, discos y películas existentes, esparcidos al azar por las
diferentes bibliotecas cuya ubicación deberás ir descubriendo. Vivir en ella
sería una aventura inquietante. Jamás sabrías qué se esconde tras la próxima
puerta cerrada. Solo sabes que en una de las habitaciones hay una cómoda y en
uno de sus cajones los planos que necesitas para explorarla. Pero, ¿dónde
estará ese maldito mapa…?
¿Lo ves?
Había tantas posibilidades
por imaginar…casas que incorporan modelos de vida y realidades diferentes a las
que vivimos o podemos experimentar habitualmente.
Y estaban ahí, al alcance de
nuestra mente, para concebirlas y convertirlas en imágenes y sensaciones
surgidas de la nada, como un chispazo de magia.
Sin embargo, hemos decido
limitarnos.
Hemos renunciado a las
infinitas posibilidades de los verbos “imaginar” y “soñar” que encontramos en
la premisa “imagina la casa de tus sueños” y lo hemos hecho sin tan solo saber
por qué.
Peor aún.
Nos sentimos ridículos e
incómodos si imaginamos una casa que no pueda ser “realizable”, aunque ese
lugar fabuloso sea en el que realmente nos querríamos encontrar.
Es como si nos hubieran programado
para sentir vergüenza por imaginar lugares imposibles.
Parece que hay ciertos
mecanismos que habitan en nuestra psique y que nos castran la capacidad de
imaginar. Como un pequeño programa instalado en la mente que nos dice: “no
pases de aquí o te haré sentir mal”, y que nos inyecta una dosis de vergüenza y
culpabilidad por “soñar demasiado”.
Por lo visto, la función de
estos mecanismos es encadenar nuestra psique a la realidad tangible e impedir
que concibamos cosas fuera de ella. Y nos atacan directamente cuando intentamos
superar los límites que ellos nos imponen.
Lo peor es que no solo actúan
sobre nosotros, sino que además nos impulsan a reprimir a los demás.
Lo podéis comprobar en vivo.
Repetid el ejercicio en una reunión con vuestros amigos o familiares.
Proponedles: “imagina la casa
de tus sueños”, a modo de juego.
¿Qué sucederá si llegado
vuestro turno exponéis una casa imaginaria y fabulosa situada en un mundo de
vuestra invención y lo hacéis con todo lujo de detalles?
Probablemente aparecerán las
sonrisas burlonas y las mofas de unos y otros para “devolveros a la realidad”,
acompañándolo, en los peores casos, de un cierto tono de superioridad.
Es posible que os tilden de
locos infantiloides por vuestro arrebato, aunque sea de broma y con cariño.
Ellos ni tan solo sabrán
percibirlo, pero por unos instantes, su mente se habrá visto sacudida por un
ramalazo de inquietud. En el fondo de su psique habrán sentido el chillido
apagado de los mecanismos de sus programas mentales, viéndose en peligro ante
vuestra exhibición de libertad creativa.
Y serán esos mecanismos
psíquicos los que impulsarán a los huéspedes a los que controlan, a que se
burlen de vosotros y aplasten rápidamente el “conato de rebelión psíquica”.
Porque en realidad, eso es lo
que sucederá, no nos engañemos.
Al imaginar algo irrealizable
y superar esas trabas mentales impuestas al acto de imaginar, os habréis
rebelado contra el sistema y vuestros amigos, sin saber muy bien por qué, os
“atacarán” por ello.
Todos lo hacemos en cierta
manera en nuestra vida cotidiana con las personas que nos rodean.
Llegados aquí, quizás
deberíamos preguntarnos ¿Qué tipo de amigos son aquellos a los que no podemos
explicar nuestros sueños; aquellos que no quieren conocer los frutos de
nuestra imaginación?
¿Nosotros también somos así?
Si ese es el caso, algo va
mal en nuestras relaciones.
Todos deberíamos desear
conocer lo que sueñan íntimamente nuestros amigos, para saber quiénes son en
realidad.
Sus hipotecas, sus trabajos o
sus coches deberían importarnos un rábano. Son solo aspectos circunstanciales
de sus vidas que no les definen.
Juzgarlos por ellos es como
juzgar a un esclavo por las cadenas que le aprisionan.
Sin embargo, habitualmente
las conversaciones entre amigos y familiares giran alrededor de estos temas cotidianos
que no sirven ni aportan nada.
¿Por qué desperdiciamos tanto
tiempo hablando de la “realidad”, aunque sea en tono festivo?
Total, ya estamos inmersos en
ella, no se marchará a ninguna parte si utilizamos la mente para crear mundos
nuevos y los compartimos con los demás.
¿De qué tenemos miedo?
Nos han inculcado que debemos ser “realistas” y “pragmáticos”.
Pero las personas que se
autocalifican como “realistas” son como las áncoras de los barcos. Son muy
necesarias para la navegación del mundo, pero nunca nos llevarán a ninguna
parte. Si fueran el único tipo de personas en la sociedad, el mundo ya se
habría convertido en un herrumbroso barco inmóvil enmedio del océano.
Este tipo de personas nos
dirán que es poco práctico imaginar cosas que no pueden existir y que hacerlo
es perder el tiempo.
Pero, ¿es práctico ver un
partido de fútbol, un programa de televisión, escuchar el último disco de Katy
Perry, o jugar una partidita de poker?
¿Eso no es perder el tiempo?
Este artículo no pretende
defender las actitudes quijotescas como algunos querrían interpretar.
No defendemos la concepción
de realidades imaginarias para sumergirnos en ellas hasta perder el mundo de
vista.
Hablamos de defender la
libertad mental de imaginar lo que nos dé la gana y cuando nos dé la gana, sin
imponernos límites absurdos y sin permitir que nos los impongan los demás.
Y esa libertad mental también
incluye tocar de pies en el suelo.
Nos han educado para creer
que si dejamos volar la imaginación en demasía podemos perder el norte. Algo
absurdo, porque si eso sucede, la culpa no será de nuestra libertad de
imaginación, sino de nuestro desequilibrio.
Si un hombre ebrio provoca un
accidente, es absurdo echarle las culpas al whisky. El que ha provocado el
accidente es el borracho, que no ha sabido ingerirlo adecuadamente.
La verdad es que todos hablamos de libertad y nos llenamos la boca con tan gloriosa palabra.
Pero, ¿cómo queremos ser
libres si ni tan solo somos capaces de liberar nuestra propia mente cuando
imaginamos algo?
Imaginar y soñar libremente
es el acto más transgresor que existe, porque ataca las esencias más básicas
del sistema, las más profundamente arraigadas.
Volvamos pues, al principio.
Imagina la casa de tus sueños
Pero ahora, imagínala de
verdad…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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